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sábado, 3 de enero de 2009

La despedida de Moscú




Los días siguientes pasaron y yo seguí recorriendo esta gran metrópolis. Me busqué otra familia que me hospedara porque el ruso con el que estaba no tenía mucha onda. Así fue que llegué a Anna. Subte va, subte viene, Anna me estaba esperando en la estación.

Ni bien llegué, lo primero que vi fue a su vieja, la más bizarra de todas. Me morí mal. La madre era de Bielorrusia, yo le decía la mama. La mama me preparó la comida del año: me armó un banquete con pescado, papitas, ensalada. Realmente me trataron como un rey. ¿Que habré hecho para merecer semejante privilegio?

Al día siguiente, Anna se tomó el día en el trabajo lo cual fue muy bueno para mi ya que no tenía que andar recorriendo solo, después de un tiempo ya me estaba aburriendo.

Fuimos al memorial y museo de la segunda guerra mundial. Algo increíble. El monumento tenía una metáfora muy interesante. Era una especie de obelisco con todas las batallas representadas. En la parte inferior se puede ver una especie de ángel cortando la cabeza de un dragón con una lanza. El museo fue uno de los mejores que vi en el mundo: artillería, documentos, monumentos, placas, vestimentas, videos, banderas, fotos y más fotos. Ah, y la infaltable mala educación rusa del personal. Anna preguntó algo en la puerta y le respondieron: ¿vos sos tonta? Había preguntado porqué puerta se ingresa jaj, son terribles los rusos.

Lo que más puedo rescatar del museo es la forma en que esta representado el ejército rojo: en lo más alto de todo. Banderas por todos lados, emblemas, estatuas de ex generales, leyendas. En fin, es lo menos que puede hacer una nación que perdió al menos 27 millones de personas.

Recorrimos bosques, parques, puentes, lagos y palacios. Al final de todo: mi pasaje. Afortunadamente yo no tuve que hacer nada porque mi interlocutora actuaba por mi, aunque ella no quería hacerlo!! Miren lo que son los rusos que la propia rusa no quería ponerse en la cola y preguntar las 10 preguntas que tenía que hacerle a la de la boletería por miedo a recibir insultos. Se anotó todo es una lista. Hicimos la cola y le llegó su turno, les juro que estaba muy nerviosa, sisi, por preguntar cuánto cuesta un pasaje! En fin, saqué el pasaje y ahí marqué el final de Moscu.

Anécdota: cuando me estaba yendo, Anna y la mama me quisieron dar veinte dólares para que compre un sombrero comunista. Al principio me negué rotundamente pero luego de insistirme terminé aceptando porque un gran motivo: estaba ofendiendo el orgullo ruso, según me argumentaron aja. Esto es simplemente una muestra más de lo que puede llegar a ser capaz la mejor de las comunidades que tiene este mundo: la comunidad viajera.

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